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8
Nudos de dolor
Publicat el: 28 de febrer de 2022
CRÍTiCA: L’oreneta
Douglas Sirk se apropió del torrente de emociones desbocadas del melodrama para desnudar el conservadurismo de la sociedad nordamericana y su hipocresía. Guillem Clua, que ya había resignificado con Smiley un género igual de clásico como la comedia romántica, también usa en L’oreneta la agitación de los sentimientos de dos personajes heridos para denunciar la violencia explícita e implícita contra el colectivo lgtbiq+. Una diferencia entre Sirk y Clua: mientras para el primero el melodrama es la antesala de la tragedia, para el segundo es un vehículo de sanación. Un proceso catártico. La tragedia es para el autor el principio: un atentado homófobo. Un camino de aprendizaje gracias a un encuentro en apariencia circunstancial: un hombre joven se presenta en casa de profesora de canto. La relación de alumno y maestra no serán roles estables.
Un texto con un estimable equilibrio entre la administración de secretos y traumas, la intensidad emocional y el mensaje. En el eje, el dolor en todas sus manifestaciones. Motor dramático que Clua transforma en un ritual del vínculo, como si aplicara a la escritura teatral las pautas del shibari, el bondage japonés. L’oreneta es un drama hecho de sucesivos nudos dolorosos que van generando un nexo profundo entre los dos protagonistas. El público los acompaña sobrecogido en esta ceremonia entre el arrebato, la epifanía y la serenidad orquestada por el autor con la incógnita hasta dónde llegará el lacerante juego de desvelar la verdad que les une.
No debe ser nada fácil para un director controlar una tensión dramática que posee la velocidad gravitacional del abismo. Josep Maria Mestres sale con sobresaliente del reto dibujando bien la latente expresión estética que tiene el texto y armonizando sus elementos de distensión, sin que parezca un recurso autoral. También ayuda mucho que los personajes estén repartidos entre Emma Vilarasau y Dafnis Balduz. Aquí se exhiben como dos maestros del drama emocional. Aunque los sentimientos imponen su violencia, en ningún momento se dejan llevar por la visceralidad descontrolada y epidérmica. Ni un segundo de histrionismo gratuito. La intensidad es siempre la necesaria, aunque sea extrema, para entender que todo este via crucis conduce a la salvación. Hasta las lágrimas -alguna también entre los espectadores- afloran como si no hubiera otro medio para aliviar momentáneamente el dolor y volver juntos al camino del desconsuelo. Interpretaciones sin salvavidas pero con autoridad que sólo se pueden celebrar.
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