Katharina Wagner, bisnieta del compositor, la ha liado parda con el giro copernicano dramatúrgico que ha propuesto para Lohengrin, estrenada con gran expectación en el Liceu. Recibió abucheos del respetable, alentados también por su esquivo comportamiento con los medios de comunicación y el enfrentamiento con la soprano titular, Iréne Theorin, que no quiso estar presente en la ‘première’ mundial. Ocupó su plaza la finlandesa Miina-Liisa Värelä, quien, con su temperamento y poderío vocal y escénico, acabó coronándose como la heroína de la función. Dibujó una empoderada e imponente Ortrud y se llevó las mayores ovaciones del elenco. La música y los coros fueron los otros grandes triunfadores de la velada. El notable trabajo del maestro Josep Pons hizo brillar a la orquesta y a un coro que ofreció un excelente nivel. Una lástima que la señora Wagner no afinara con un movimiento de masas más natural y creativo, como tampoco afinó en la dirección de intérpretes en un elenco de lujo.

A Klaus Florian Vogt, en el papel del caballero del Santo Grial que, en el relato original, es un héroe puro y misterioso que llega a Brabante guiado por un cisne, le tocó ejercer de malo de la película. Así lo propuso la lectura de la regista alemana. Ya en el preludio del primer acto lo convierte en asesino de Gottfried, el hermano de Elsa heredero al trono, bajo la atenta mirada de un cisne negro. El elegante y exquisito tenor lírico, experto wagneriano y muy bregado en el rol, estuvo a la altura, despuntando en voz y presencia. Acató con altivez el lado oscuro del personaje: un criminal ávido de poder y paranoico, perseguido en todas sus apariciones por ese cisne negro que puede simbolizar su consciencia y culpa. La soprano Elisabeth Teige exhibió su bello timbre y dibujó bien el desconcierto y fragilidad de su personaje sin llegar a fascinar, mientras que el barítono islandés Ölafur Sigurdarson, en el papel de Friedrich von Telramund, se vio eclipsado por la poderosa interpretación de Värelä como su esposa Ortrud. Esta, transformada en justiciera, lo maneja e instiga para desenmascarar a Lohengrin con la ayuda de Elsa.

Un bosque fantasmagórico e inquietante

La escenografía de Marc Löhrer acierta al conseguir una atmósfera perturbadora de gran dramatismo con un bosque inquietante y fantasmagórico. El cisne robotizado (mueve cabeza y alas) da mucho el pego en la lejanía. Hay algún momento hilarante cuando aparece en la habitación de Lohengrin y éste intenta deshacerse de él, y llega a emocionar ver cómo al final le retuerce el pescuezo poco antes de quitarse la vida en otra licencia de Katharina Wagner.

Dice la directora del festival Bayreuth que cargar con el apellido Wagner es “una bendición y una maldición”. Esta vez lo segundo se ha impuesto y su intento por darle la vuelta a la obra maestra de su bisabuelo –ya ha levantado ampollas con otras rompedoras producciones- no la ha llevado a buen puerto. A su favor, es razonable imaginar, como ella ha explicado, que la exigencia de Lohengrin a Elsa de que nunca le pregunte por su identidad es sospechosa. Pudiera interpretarse que obedece a un lado oscuro, a algún secreto inconfesable. Sin embargo, la errática dramaturgia acaba siendo confusa e incoherente y lleva a un caótico desenlace. No encaja en la magnífica partitura de su bisabuelo que, afortunadamente, sí brilló en manos del maestro Josep Pons y la Orquestra del Liceu.