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CRÍTIQUES
Lessons In Love And Violence 1 720x480
Imma Fernández
PER: Imma Fernández

VALORACIÓ

9

ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

Amar o reinar

Publicat el: 15 de març de 2021

CRÍTiCA: Lessons in love and violence

Seis años después de triunfar con ‘Written on skin’, el aclamado tándem formado por el compositor londinense George Benjamin y el libretista Martin Crimpt, junto con la directora escénica Katie Mitchell, volvieron en el 2018 a sentar cátedra y desafiar a la audiencia operística con ‘Lessons in love and violence’, que ha llegado este mes al Liceu. Otra audaz ópera de muy corta duración –apenas hora y media sin intermedio- a la que se prevé un muy largo recorrido. Su poder de seducción, al que contribuyen la teatral y brillante puesta en escena y una portentosa música que en momentos nos remite a los thrillers cinematográficos, puede atrapar a los jóvenes espectadores y a los que buscan estimulantes novedades.

La historia parte de una obra del dramaturgo isabelino Christopher Marlowe que recrea la ambigua relación entre el rey Eduard II y el cortesano Piers Gaveston. En manos de Crimpt, el texto, como sucede con la escenografía y vestuario, se viste de modernidad y nos regala resonancias de estos tiempos de hoy asimismo oscuros. Desencadena la trama el deseo obsesivo del rey por Gaveston, una relación que le lleva a abandonar a su familia y a un pueblo azotado por la hambruna y las revueltas. Hasta por estos lares encontraríamos paralelismos -recordemos las andanzas de un monarca a la caza de elefantes con su amante en plena crisis económica-.

La obra se estructura en siete escenas, y ya en la primera, magistral y muy intensa, se muestran todas las cartas. El rey y su amante aparecen vistiéndose, tras un supuesto encuentro íntimo, ante la mirada de toda la corte. “Yo soy el Rey”, proclama en paños menores en toda una declaración de intenciones: antepone los dictámenes de su libido a cualquier responsabilidad que entraña su posición. Ahí interviene el consejero militar, Mortimer, para recordarle sus obligaciones y que el amor, cualquier amor, es “veneno tanto para el cuerpo humano como para el cuerpo político”. Amar o reinar, esa es la cuestión. Su osadía le llevará al destierro y desencadenará la tragedia. Volverá para destronar y encarcelar al rey, retozar con la reina Isabel y coronar al inexperto heredero.

La acción transcurre en una estancia real de paredes azul oscuro, como los trajes de los cortesanos, presidida por una gran pecera y con un cuadro de Francis Bacon. Gran hallazgo que esa estancia vaya cambiando de ángulo (según sus protagonistas) en cada una de las escenas, que se separan con bajadas de telón y unos fantásticos interludios instrumentales. La mayoría de estos tienen unos efectos perturbadores muy hitchcocknianos que apuntalan la tensión y la atmósfera amenazadora sirviéndose de la amplísima gama de percusiones –campanas, gong, cimbales…-. Benjamin dibuja un paisaje muy rico, colorista y complejo en el que se integran perfectamente las voces del carismático barítono Stéphane Degout (el rey), el brillante y poderoso tenor Peter Hoare (Mortimer), la elegante Georgia Jarman (Isabel), Daniel Okulich (Gaveston) y Samuel Boden, que asume la drástica transformación del hijo del rey, a quien van dirigidas las lecciones del título. Mitchell aporta sus pinceladas, ralentizando cual cámara lenta algunas acciones para potenciar la tensión, y hay detalles reveladores como el de esa pecera que, cuando llegan las muertes, pierde toda su vida.

El heredero al trono asiste, junto a su hermana menor, a esas lecciones de amor y violencia que aprenderá muy rápido, arrebatándole toda la inocencia y la compasión. Le vemos contemplando silente las infidelidades de su padre y pidiendo piedad para un desgraciado que ha enloquecido creyéndose rey y al que Mortimer mata en su presencia. “La misericordia consiste en que este hombre muera ahorcado y no quemado o despedazado”, le alecciona Mortimer, que instiga para que el joven sea coronado creyendo que así será un títere en sus manos. Se equivoca. En el impactante y espléndido final veremos al nuevo rey demostrando ser un alumno ejemplar. Ha aprendido muy bien las lecciones. “Empieza el espectáculo”, proclama. Genial.

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