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6
Adiós sin apoteosis
Publicat el: 11 de maig de 2021
CRÍTiCA: L’Emperadriu del Paral·lel
2013: la misteriosa Wanda Pitrowska invita a una fiesta post-sicalíptica en el Teatre Nacional de Catalunya. Taxi…al TNC! fue un refrescante aperitivo de las intenciones de la nueva dirección artística de Xavier Albertí. Para su despedida ha elegido un funeral con música y el séquito del gran mercado del mundo. Las exequias de la cupletista Palmira Picard, emperatriz del Paral·lel. Llámala Palmira, Raquel, Mercè o Adelita. Cualquiera de las estrellas de arrabal que daban pícaro brillo a las canciones del maestro Viladomat. Sombra de un pasado republicano entre las muchas que desfilan por esta elegía puesta en solfa por Lluïsa Cunillé. Un fulgor de nostalgia como Follies de Sondheim o Flor de nit de Guinovart. Revista luctuosa sin el alivio de la apoteosis final.
Albertí marcha con una oda sentimental a un mundo finito que conoce como nadie y ha reivindicado y dignificado con tesón militante. Activismo tan artístico como político, como el Paral·lel de antes de nuestra guerra. El espectáculo de la cultura popular repartido entre el cabaré y los mítines. Epicentro: el bar La Tranquilidad, madriguera anarquista y pistolera que en el TNC aloja un desconcertante prólogo. Si oliera a costumbrismo sería el café de Doña Rosa de La colmena; si a esperpento, el Café Colón de Luces de Bohemia, con Valle-Inclán de apuntador. Pero el código es otro, indefinido, de sala de espera de purgatorio de una troupe felliniana del varieté barcelonés, protegida por Ferrer Guardia.
Cuando el espectador aún batalla por situarse, el rojo telón sube y sube para elevarse hasta el quinto piso donde velan a la Picard. En esa colosal declaración escenográfica, comparable al retablo proletario de Street Scene de Weill, se animan por fin las mejores ideas y criaturas del director-connaisseur. Galería que es un recorrido por casi todos sus montajes dedicados a la deconstrucción del género. Historia del Paral·lel en vertical y viaje iniciático ascendente del cronista Roc Alsina (Pere Arquillué) y la elegante tabernera -quizá demasiado- Clara Cisteró (Silvia Marsó). Tamino y Pamina en el Raval. Dante y Beatrice subiendo al paraíso de la portera. La cara B de Vida privada de Sagarra para dar vida a expresionistas coreografías sin casi pies y sainetear; para que se luzca Oriol Genís con El dúo de la africana y Mont Plans se ofrezca como una de las comediantas más singulares del país. Y con nota sostenida. Para esperar sin éxito los solos musicales de Carme Sansa y Roberto G. Alonso.
Y no llega el gran chimpún, el estruendo de la última bomba anarco-musical en esa venerable sala. Albertí se deja embargar por la tristeza del adiós y L’emperadriu del Paral·lel languidece en un anticlimático lamento de lo que podría haber sido un monumento teatral a la disidencia. Desde la galería suena coral y severa “La mar está fresquibiris…”.
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