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CRÍTIQUES
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Enid Negrete
PER: Enid Negrete

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9

ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

La leyenda de la ciudad invisible de Kitej. Cuando la ópera deja de ser un asunto de estrellas.

Publicat el: 14 d'abril de 2014

CRÍTiCA: La llegenda de la ciutat invisible de Kitej

La
leyenda de la ciudad invisible de Kitej
o cuando la ópera deja de ser un asunto de
estrellas.

Si
consideramos que  la ópera obedece a la
definición  del teórico Kurth Pahlen “… es
una palabra magnética. Implica un encanto que ninguna otra manifestación
artística puede brindar. Es a la vez música, teatro, luz, color, movimiento. Es
una emoción tanto sensual como espiritual”, debemos aceptar que no hay una producción
más cercana a ella que la que el Gran Teatro del Liceo de Barcelona presenta
durante este mes. Pero también debemos aceptar que no es lo común ver esto en
nuestros escenarios operísticos.

La
ópera se nutre de las grandes figuras, muchas de ellas mediáticas. Cada teatro
tiene sus divas legendarias, hay muchísimos espectadores que corren a ver una
estrella en una ópera y muchos menos que buscan la obra antes que sus
intérpretes. No es cuestionable, es un hecho.

Sin
embargo, cuando uno puede disfrutar de una ópera donde el conjunto es la
estrella, donde la orquesta el coro, los quince solistas y el equipo de producción
son igualmente extraordinarios y forman un maquinaria teatral emotiva y precisa
por igual, uno comprende la grandeza del género operístico y su complejidad
semántica.

Escrita
en una época de efervescencia política y social de la Rusia pre-revolucionaria,
esta obra es una de las cumbres de la búsqueda de Korsakoff  de su personalidad musical. Las principales características de esta obra podríamos decir que son: una orquestación
extraordinaria, llena de colorido y texturas musicales vitales, personajes interesantes escritos para las voces graves y aterciopeladas que
caracterizan la vocalidad rusa y un tema espirtual-religioso .

A
pesar de la media hora de retraso en el inicio de la función, debido a una
huelga convocada por el comité de empresa del teatro y al minuto de silencio
que se pidió por memoria de Lluís Andreu -director artístico del Liceo en la
primera época del consorcio- los espectadores esperaron pacientemente y
disfrutaron enormemente de una producción cuidada, hermosa y perfectamente bien
realizada.

La
escenografía del primer acto (extraordinaria recreación del otoño ruso) arrancó
exclamaciones de admiración y aplausos en los espectadores. Los siguientes
actos hicieron una clara metáfora entre el catolicismo y la ideología
socialista que llevó a un manejo excelente del coro y los extras. Las actuaciones
y todas las acciones escénicas dentro de una lógica inventada por la metáfora
escénica,  además de una naturalidad que
recuerda mucho la escuela rusa de actuación, nos dieron el regalo de cuatro
horas y media de ese espectáculo maravilloso que es la ópera, cuando todo
funciona bien.

Impresionante
el dramatismo que se logró en el tercer acto, cuando la población es asesinada
y hermosa la metáfora del paraíso en una pequeña e idílica cabaña en el bosque,
llena de acciones cotidianas.

El
elenco en general quizá sea el más equilibrado que se podría tener para esta
obra, con excepción de la intérprete del personaje Sirin, Larisa Yudina,  que
pecó de estridencia. En cambio la protagónica: Svetlana Ignatovich, nos regaló
una actuación sin fisuras, con una voz de registro uniforme, oscura y
aterciopelada, dio vida a una Fevrònia
angelical cuyas frases musicales rayaban en la maestría.

El
hecho de que los mayores aplausos fueran para la orquesta y el coro, nos deja
ver que este montaje es realmente un trabajo de conjunto, donde el iluminador
era tan virtuoso como la soprano. Toda una experiencia.

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