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9
La Gioconda del Liceu: la reposición de una gran producción
Publicat el: 14 d'abril de 2019
CRÍTiCA: La Gioconda
Cuando Christina Scheppelmann salió a anunciar que Irene Theorín no cantaba el protagónico por estarse recuperando de una pulmonía, los espectadores del Liceo protestaron. Tuvo que recordarles que Anna Pirozzi hacía un gesto de generosidad cantando ese día porque no estaba previsto su debut, pero aún así se siguieron oyendo sonidos de descontento. Así es el público de la ópera: el único que, en la actualidad de las artes escénicas, se siente con el derecho de demostrar su descontento educadamente o no. Sin embargo, tuvieron que sucumbir ante el eficiente trabajo de la soprano napolitana: con excelentes pianísimos, buen fraseo y una voz del tamaño adecuado para este personaje, terminó convencido al auditorio . Sólo puede criticarse un poco de falta de fuerza en el aria central “Suicidio…”, pero más allá de eso, es necesario reconocer que dio una muy buena función.
Se debe aceptar también que el elenco tenía un alto nivel. Dolora Zajick, como siempre, desde la primera frase nos recordó la gran cantante que es y, aunque su físico no podía justificar su papel (de hecho muchos espectadores se quejaron de ello por la inverosimilitud y es cierto que s ele veía moverse con dificultad), es muy difícil pensar que haya una mejor Laura vocalmente hablando. Uno de los momentos estelares de la noche fue el dúo de Laura y Gioconda, donde tanto la Pirozzi como la Zajick nos hicieron disfrutar enormemente con sus acertadas interpretaciones.
Quienes cumplieron perfectamente su papel tanto escénica como vocalmente fueron el tenor Brian Jagde (debutante en el Gran Teatro del Liceo, cuya voz es timbrada y hermosa, con un elegante fraseo y seguridad en los agudos) y Maria José Montiel, quién, simplemente, se llevó el primer acto con su fraseo impecable, con su emotividad y, por supuesto, la oscuridad y hermosura de su voz.
La Gioconda no es, ni mucho menos, una obra maestra de la ópera verista. Tiene un libreto con graves problemas dramatúrgicos (el final para comenzar), y la partitura que tiene momentos muy brillantes, también adolece en otros del exceso de uso del romanticismo más decadente. Sin embargo en este caso, el director de escena gana, porque no podemos soslayar la acertada y hermosa puesta en escena de Pier Luigi Pizzi que te lleva a la Venecia del carnaval y que, en su fina sobriedad, puede darte la idea resplandeciente de la época. Es una producción para recordar y está muy por encima de la propia obra.
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