Quizá estemos tratando en este texto del oratorio más famoso de la historia, El Messiah de Haendel estrenado en Dublín en 1742, famoso por su coro de aleluya dedicado a la resurrección de Cristo. Además, en esta ocasión tenemos la oportunidad de oír la re orquestación (actualización para su momento histórico) que hizo Mozart de esta obra. Todo lo cual, unido a la propuesta estética de Robert Wilson, pues suena profundamente atractivo.

La verdad es que estéticamente no puede reprocharse nada. La estética escénica es hermosa, todo el dispositivo escénico está en una paleta de colores preciosos y la limpieza es absoluta. Como siempre cuando se trata de este famoso director de escena, es una experiencia estética. Con dos o tres elementos logra crear imágenes de enorme belleza. Lo malo con este montaje es que, ya cuando nos metemos en el sentido dramático o significante, la cosa no queda tan bien.

Personajes innecesarios como la niña o el viejo, que no aportaban nada, o que eran realmente cómicos, como un hombre paja y un astronauta, acciones como la soprano tirándose agua por la cabeza, nos sacaron carcajadas más relacionadas con el absurdo que con el viaje espiritual que tanto defendió Wilson. La verdad es que fueron algunos de los sorprendentes tropezones del montaje, además de que el final sin emoción ni acción se hace bastante largo. La verdad es que junto a otros montajes de este director, este es bastante menor.

Musicalmente fue un trabajo cuidadoso y arduo, con muy buenos frutos. Un elenco solvente que aportaba mucho con su trabajo vocal y actoral, un coro seguro y una orquesta muy elegante, fueron los elementos que hicieron de la velada algo memorable.