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9
Demon: La mujer que enloqueció al demonio.
Publicat el: 24 d'abril de 2018
CRÍTiCA: Demon
La ópera rusa es una gran tradición lírica, con un basto y
riquísimo repertorio y que, inexplicablemente, se representa poco. Las obras
rusas representadas en el Liceo siempre han obtenido una excelente acogida y
cada vez que se escuchan entran ganas de se representen más.
Una estructura musical sólida, melodías extraordinarias,
concertantes emotivos y personajes muy interesantes tanto a nivel
interpretativo como vocal, son solo algunas de las características de este
repertorio que incluye nombres tan eminentes como Chaikovsky, Glinka,
Prokofieff, Stravinsky y Mussorsky.
Tan poco se representan, que una obra del siglo XIX, puede presentarse
como estreno en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. En esta ocasión no
podemos dejar de celebrarlo, primero por la calidad de la obra y segundo por la
calidad del montaje.
Demon (1875) de Anton Rubinstein
(1829-1894) es una obra netamente romántica, pero que, lejos de los arquetipos
del bien y el mal, establece una evolución psicológica poco común en la visión
de un demonio como ser marginal (que en un mundo como el nuestro es difícil
pensar que el mal esté marginado y por lo tanto, puede parecer incluso una
postura positivista). Estamos frente a un demonio humano, vulnerable, capaz de
amar y que se redime amando.
Se trata de una partitura apasionante, con una enorme
dificultad vocal, sin las acrobacias del
belcanto italiano pero llena de bellas melodías que exigen un fraseo muy
cuidadoso, además de conjuntos corales extraordinarios y una sólida estructura
orquestal. El libreto maneja los elementos más conocidos del movimiento romántico,
llegando al punto de plantear que el amor puede vencer incluso a la propia esencia
maligna, pero sorprende por la complejidad psicológica del proceso del
protagonista y la dulzura sin extremos de Tamara, una mujer capaz de hacer que
el mismo demonio sucumba.
Los dos grandes aciertos de la producción que el Gran Teatro
del Liceo de Barcelona nos ofrece esta vez, son la extraordinaria
escenografía y concepción estética de
todo el espectáculo a cargo del escenógrafo austriaco Hartmut Schörghofer proveniente del Mozarteum
de Salzburgo, (que hace su debut en este teatro con esta producción prodigiosa,
llena de significado y con una perspectiva moderna, hermosa e innovadora) y la
interpretación sin fisuras del papel de Tamara que hace la soprano lituana
Asmik Grigorian. Una voz poderosa, cristalina y una interpretación muy emotiva,
son las constantes de este montaje dedicado al barítono ruso desaparecido Dmitry Hvrostovsky, que debió cantar el papel
protagónico pero no llegó a hacerlo. El bajo barítono Egils Silins, también
letón, fue su sustituto, con un muy buen resultado tanto vocal como escénico.
Un elenco muy eficiente, una soprano excelente, una puesta en
escena innovadora y una partitura extraordinaria, son los elementos que hacen
de esta producción una de las mejores de la temporada. No se la pierdan.
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