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Crítica sobre “Parecer felices” de la Nídia Beltran
Publicat el: 9 d'octubre de 2018
Una caja negra nos recibió con un set ya
preparado para lo que parecía una fiesta en escena. Dos artistas se preparaban
con vestidos coloridos, chupitos y bebidas tropicales, música de Abba y otros
éxitos pop mientras quitaban capa por capa revelando ambas personalidades.
La primera acción: una
sesión de selfies auto gestionada.
Desde el principio hizo click la
trama con el título de la obra: Parecer
Felices, comenzábamos a imaginar de qué iba la trama, pero lo
verdaderamente interesante fue la manera de desenvolverla. Interesante por cómo
desarrolló con herramientas muy simples un espacio en escena acogedor, cómico y
de reflexión con las actrices de la compañía El Pollo Campero.
Detrás de la obra se lee
un análisis a las fábricas de felicidad que hemos construido: el cine, el
teatro, las redes sociales (los likes,
mejor dicho). Y aquí tenemos el primer acierto: la empatía. Parecer Felices es íntima porque nos
conecta, es un universo en el que todos vivimos paralelamente y hacemos todo
por proyectar una imagen muy específica.
Reímos con los juegos
planteados en escena porque los conocemos a perfección, los jugamos a diario. Las
fotografías que tomamos sabiendo que tienen una vida fugaz, que se crean solo
para darnos una retribución inmediata una vez que estén colgadas a las plataformas.
Sobra decir que este recurso en la dramaturgia saca carcajadas de cualquiera
que viva en el Siglo XXI y use redes sociales.
En su punto más álgido se
toca una fibra sensible, retiran la máscara de nuestro Disney. Señalan la
paradoja de necesitar crear espacios para ser felices, insinuando así que el
resto de nuestros lugares, y el resto de nuestras actividades están hechas para
no serlo.
Con ello viene la risa
agridulce, la incomodidad de sentirnos bajo el reflector aun cuando sabemos que
estamos en nuestras butacas protegidos por la oscuridad: la verdadera felicidad
no tiene resaca. Sabemos bien que es intrínseca, que emerge desde dentro y que
es la falla del mundo que creamos lo que hace que queramos fabricar
sintéticamente algo que complete nuestra naturaleza orgánica.
Con una comedia ligera El
Pollo Campero logra montarnos en un recorrido por alegrías superfluas,
invitándonos casi sin querer a cuestionarnos algunos de los componentes más
esenciales de nuestro día a día. Sigamos yendo al teatro, pero no esperemos que
lo que definimos como ocio o entretenimiento detenga nuestra mente de completar
el proceso de crear comunidad, de dialogar, porque es eso lo que abonará a
nuestra felicidad.
Nídia Beltran
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