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8
Delicioso y onírico cortejo
Publicat el: 1 d'abril de 2025
CRÍTiCA: Corteo. Palau Sant Jordi
Dos décadas después de su creación, vuelve a Barcelona ‘Corteo’, una producción del Cirque du Soleil renovada en el 2018 que recupera la magia escénica, la poesía y el alma de sus inicios. Resuenan piezas como Alegría y Quidam, donde la belleza y la emoción se sirven despojadas de los deslumbrantes artificios tecnológicos que desarrollaron en producciones posteriores. El director escénico Daniele Finzi Pasca (Luzia) lleva a su terreno y al Mediterráneo una propuesta muy teatralizada y musical que nos devuelve a la infancia. Parte de la muerte imaginada del payaso Mauro –el clown italiano Mauro Mozzani- para deleitarnos con un felliniano y festivo cortejo (corteo en italiano) que no tiene nada de fúnebre. Es todo un canto a la vida con música en directo, y el catalán David Repullés como uno de los dos cantantes. En el desfile carnavalesco hay tres personajes entrañables que llaman la atención con su contraste de tamaño: dos artistas liliputienses y un gigante, como el de la premiada película Handia. Con ellos nos trasladamos al circo del pasado.
Un halo onírico envuelve el ‘show’, enmarcado en unas enormes cortinas pintadas de estilo italiano. Mauro, el payaso soñador, imagina que asciende a los cielos sobre su cama decimonónica –también lo veremos volar en bici a lo ‘ET?-, acompañado de ángeles. En la primera rutina, unas acróbatas evolucionan en las alturas sobre las bellísimas lámparas de araña colgantes. Precioso. Los números aéreos son los grandes protagonistas del montaje, que cuenta con un raíl en el techo que cruza el escenario y sostiene algunas de las actuaciones. Pasamos del más difícil –estupendo trapecio- al juego entrañable con el público: la pequeña y encantadora Valentina colgada de seis enormes globos de helio sobrevuela las cabezas de los espectadores, que van impulsándola por los pies de un lado a otro. Simple y enternecedor.
Entre el cielo y la tierra
No hay grandes sorpresas en la selección de números clásicos –camas elásticas, rueda Cyr, correas aéreas, escalera acrobática, malabares, barras paralelas…-que, entre el cielo y la tierra, demuestran la excelencia de unos acróbatas en continuo riesgo. Los ¡ahhh! y los ¡ohhhh! se suceden al ver cómo una artista desafía la gravedad asida solo por sus talones o la precisión milimétrica en la vertiginosa rutina final en las barras. Hay también momentos deliciosos como los zapatos que desfilan solos, sin ocupantes, y humorísticos, con el gigante intentando jugar al golf con una cabeza sobre el suelo. Y hay un teatrillo donde los diminutos Romeo y Julieta acaban a la greña por cuestión de celos.
El Palau Sant Jordi acoge el espectáculo dividiendo el aforo en dos partes, con las gradas frente a frente y el escenario en el centro. En su apuesta por representar sus producciones en grandes pabellones para lograr más público, el Cirque du Soleil pierde la calidez y encanto de su carpa, el Gran Chapiteau, que cobijó la primera visita del ‘show’ a Barcelona, en 2012. Un más (espectadores) es menos que nos aleja de la magia circense de un espacio más íntimo y cercano. Aun así, el Corteo del Sant Jordi nos atrapa con su poesía visual, belleza y virtuosismo.
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