La fundación Juna March y el Gran Teatro del Liceo de Barcelona han patrocinado la recuperación de un ballet que no pudo estrenarse por el surgimiento de la Guerra Civil Española. La recuperación de este espectáculo plantea problemas que las artes escénicas han tardado siglos en resolver ¿Cómo se guardan los movimientos? ¿Cómo se “escribe” lo intangible?

La recuperación histórica siempre nos lleva a la salvaguarda de nuestra memoria e identidad, pero también a la posibilidad de ver cómo se pensaba en otras épocas y cómo se reflejaba el trabajo artístico en una sociedad distinta. Sorprende la complejidad conceptual en una ballet para niños, pero también la música poco convencional y la creativa coreografía.

Retomar tradiciones para convertirlas en un lenguaje modernos, que nos hable a los espectadores de hoy, no parece una tarea ni fácil ni común, pero en este caso está lograda.

Preciosa estética, muy influenciada por los ballets rusos, pero con toques netamente catalanes. Un trabajo depurado de conjunto con seres imaginarios novedosos y un mundo sonoro en el piano muy interesante, son los elementos de este trabajo escénico que nos deja una mañana encantadora.

¡Qué jóvenes los pianistas Clara Santacana y Carlos Bujosa! ¡Que colorido y cambiante el telón de fondo! Que delicia todo el cuerpo de baile, los elementos paganos por encima de los cristianos, los seres imaginarios y la manera de hablar de cosas tan sencillas cómo una subida a la montaña, una celebración o una relación amorosa.

Que delicia de espectáculo para los niños que puedan alejarse de pantallas y disfrutar de sus tradiciones, sus seres imaginarios, su música, eso que les pertenece y que rara vez somos conscientes de lo poco que lo tienen cerca. Tan afortunados de no haber vivido esa guerra, de no haber vivido esa postguerra, de poder disfrutar de este montaje en paz, con su familia y con toda la belleza del movimiento moderno.