Cuando se escucha que una artista con fama de innovadora, rompedora y nada convencional se acerca a la ópera, se albergan esperanzas de encontrar una estética nueva para la representación operística, un sentido nuevo a nuestra tradición lírica o al menos un punto de vista fresco y único. Bien, eso, no pasó.

Lo que vimos el pasado sábado en el escenario del Gran Teatro del Liceo fue un planteamiento elemental, sin sentido dramático y sin manejo del lenguaje escénico. Todo centrado en la imagen de Marina Abramović interpretando a Maria Callas, interpretando (seamos benévolos), a su vez, a sus personajes (algunos de los cuales nunca cantó, como la Desdémona, del Otello de Verdi) en unos videos sumamente conservadores, llenos de lugares comunes estéticos y conceptuales, que no aportan nada a la escena, ni a la visión del personaje que tenía la Callas o que podría modificar la del espectador de nuestros días. Sólo ella, Marina, mostrándose en vivo y en pantalla todo el tiempo, teniendo las arias como música de fondo y diciendo textos en off tan poco inteligentes como: “cuando el universo conspira contra ti, te vuelve loca…”

Las interpretaciones de las arias que conforman el corpus del espectáculo, fueron de calidades muy variables, pero ninguna llegó a ser extraordinaria y hubo en algún caso, verdaderos errores de respiración, tempo y fiato. En este punto se debe rescatar la interpretación de Lucia que hizo Leonor Bonilla y muy poco más.

¿Quién cree que ver a unas señoras hacer limpieza y cubrir muebles con gasas negras, mecánicamente y sin ninguna creación de personaje, es lo suficientemente interesante para ponerlo en un escenario o que el despliegue de dos mangas de un vestido debe aplaudirse?

Es muy decepcionante que algo tan elemental y superficial se considere arte contemporáneo, un homenaje a la Callas y algo digno de ver en un teatro. Es, simplemente, muy descorazonador.