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El chaval de Badia que asombra al mundo
Publicat el: 7 de febrer de 2023
CRÍTiCA: Nada es imposible
De niño Antonio Díaz –El Mago Pop- soñaba que un día volaría y lo ha conseguido. De Badia de Vallès, donde nació hace 37 años, al cielo. Que un joven ilusionista consiga asombrar al mismísimo Stephen Hawking, una de las mentes más prodigiosas que han existido, dice mucho de su enorme talento. Es el mago europeo más taquillero del mundo y ahora llena cada día el Teatre Victòria, que adquirió en el 2019, donde deja boquiabiertos a todos los públicos.
El montaje, con dirección de un colega amigo, Mag Lari, combina a un ritmo trepidante el despliegue escénico espectacular al estilo de Las Vegas y Broadway, con pirotecnia y grandes ilusiones, y una narrativa que hilvana los números e incide en el valor de la constancia, animando a todos a conseguir sus sueños. Un relato proyectado en la pantalla nos lleva a Badia del Vallès, donde un chaval aspirante a Harry Potter practica trucos caseros con cucharas, mientras su madre (Carmen Maura) le dice que se deje de tonterías. Luego se expone un rápido recorrido de su éxito, un ejemplo del sueño americano cumplido, tomando como metáfora un abejorro: según estudios de la Nasa es imposible que un abejorro vuele: pesa demasiado para sus cortas alas, pero nadie le dijo al abejorro que no podía volar y vuela. A los que ya conocen la historia del Mago Pop, el relato les puede parecer prescindible, pero ahí está él, contando cómo ha llegado a la cima del mundo desde la Barcelona periférica.
En un espectáculo muy dinámico, el artista ejecuta con gran agilidad los números y añade sus grandes dotes como comunicador. Demuestra su gran dominio escénico y con su aniñado rostro de pillín y su simpatía se mete al público en el bolsillo y lo distrae mientras va desplegando sus alucinantes trucos. Incluye algunas rutinas de magia de cerca –cartomagia- para el que se sirve de pantallas, y en estos casos las grandes dimensiones del Teatre Victòria juegan en su contra. La magia de cerca es más apropiada para espacios íntimos; desde la distancia –el anfiteatro, por ejemplo- solo se puede apreciar a través de las pantallas, y no es lo mismo.
Apoyado en hits musicales y seis ayudantes, el ilusionista encadena a un ritmo frenético números muy efectistas de teletransportación, adivinaciones, apariciones –hasta un helicóptero-, repite algún impactante truco de trabajos anteriores, hace un número colectivo con el público y hasta vuela sobre el escenario. El resultado es que deja a los espectadores con la boca abierta preguntándose cómo lo hace.
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