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CRÍTIQUES
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PER: Alba Cuenca Sánchez

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9

ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

Canción fría e implacable

Publicat el: 29 de juliol de 2018

CRÍTiCA: L’assaig

En una primera introducción, el director belga Milo Rau nos presenta en forma de casting a los diferentes actores no profesionales con los que representará el drama. A preguntas sobre su vida y su experiencia se le suma ya un primer cuestionamiento de la brutalidad. ¿Estarías dispuesta a desnudarte? ¿Puedes llorar aquí y ahora? ¿Has pegado a nadie en escena? ¿Qué es lo más extremo que se puede hacer sobre un escenario? Tom Adjib responde citando a Mouawad, en una escena en la que un actor se sube a una silla y se pone una soga en el cuello, instando a los espectadores a salvarle o, en su defecto, a dejarle morir. Una declaración de intenciones.

Fiel a su forma y a su contenido, los montajes de Rau recrean con video grabado y escenificación en directo historias reales con actores no profesionales. Lo hizo en Five Easy Pieces, montaje en el que ponía sobre el escenario a niños para hablar del asesino Dutroux, secuestrador, violador y asesino infantil. Y lo hace ahora con el caso de Ihsane Jarfi, asesinado en 2012 por un grupo de homofóbicos que lo apalearon hasta la muerte.

Como en el montaje anterior, Rau divide el espectáculo en 5 capítulos en los que muestra diferentes puntos de vista relativos al drama. Los actores representan a los padres de la víctima, a la expareja de la misma e incluso a uno de sus asesinos. Pero realidad y ficción se entremezclan constantemente. Los actores no dejan de recordarnos que lo son, y juegan también con elementos de sus vidas. Fabian Leenders nos relata cómo fue a ver a uno de los asesinos a la cárcel, cómo habló con él sobre el espectáculo que estaba preparando y como se sorprendió de lo parecidas que eran sus vidas.

Incluso las músicas son escogidas por los actores. Tom, el mulato al que solo escogen “para hacer de negro o para interpretar obras comprometidas en las que denuncia que solo le escogen para hacer de negro”,  propone el tema de música clásica Cold song, una metafórica aria que sonará durante la pieza y que cuenta la historia de un héroe que pidió a la diosa del amor morir congelado. ¿A caso el deseo se ha cumplido, y vivimos congelados e inmunes a la empatía? Y es que el auténtico clímax de la función llega con la recreación en escena del asesinato. Sin melodrama ni artificios. Unos hechos limpios, claros, objetivos. Los actores se toman su tiempo para reproducir la paliza y la muerte tal y como parece que sucedió, mientras el público contiene la respiración desde la quietud y la oscuridad de las butacas.

Con todo, Milo Rau cuestiona los límites del teatro. Cuestiona la violencia y la representación de la misma. Y cuestiona el papel de un público que se mantiene impasible ante la implacable ficción y, lo que es más grave, ante la implacable realidad. Sus montajes son duros, puñetazos en el estómago en los que la violencia se muestra sobre el escenario de forma fría y sin concesiones. Un revuelco estremecedor a la par que necesario y comprometido.

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