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9
Cuando está permitido odiar en público y sólo se puede amar en privado
Publicat el: 7 de novembre de 2017
CRÍTiCA: Romeu i Julieta. Joëlle Bouvier
Pocas historias hay más universales que la de los amantes de
Verona. Shakespeare mismo se inspiró en historias italianas y francesas
anteriores a él, pero debemos de aceptar que su versión es una de las más
hermosas manifestaciones de la cultura occidental.
Pensar que esta historia habla de amor y odio, es simplificarla
mucho. La verdad es que la complejidad, los matices y la pasión que despiertan
sus líneas han sido tan atractivas como difíciles de llevar al escenario
musical. Las óperas que se han basado en esta historia van desde la más famosa
de Chales Gounod (1867), pasando por la de Frederik Delius (1907) y la de Henry
Sutermeister (1940), sin lograr ninguna de ellas el tono trágico con el que la
obra nos conmueve desde hace 500 años.
Ahí, donde los compositores de ópera de la Europa occidental pudieron
quedarse cortos, triunfa sin lugar a dudas Serguei Prokoffiev (1891-1953). El
compositor ukraniano nos regala una profundidad emotiva inolvidable y la
coloración orquestal es simplemente extraordinaria, no es ninguna exageración ubicar
esta obra dentro de la mejor tradición rusa del ballet, que tanto ha dado a la
historia de la danza.
Oyéndola a penas puede creerse que, a pesar de haber sido escrita en 1935 como un encargo, haya sido rechazada por los principales ballets de Moscú y Kirov, por considerarse que
era una obra imposible de bailar, y en parte también por la política contra los
“degenerados modernistas”, que desarrollaba en ese entonces la URSS contra
compositores de la talla de Shostakovich y el propio Prokoffiev. El ballet fue estrenado antes en su versión de suite en 1938 en la
ciudad de Brno en lo que era Checoslovaquia. Es hasta que Galina Ulanova, la icónica bailarina del
Marinsky, decide hacer de Julieta una de sus creaciones, que se logra el
estreno de este ballet en la patria del compositor en enero de 1940. De esta
versión inolvidable se guarda un registro fílmico, que se hizo famoso en el
mundo entero.
Esta partitura ejemplar, es la base para la nueva coreografía y
producción, que el ballet de la ciudad de Ginebra, Suiza, nos trae al Gran
Teatro del Liceo en estos días.
Hay que admitir que es un poco extraño comenzar una función de
ballet con un anuncio proyectado de BMW, pero se entiende que las artes
necesitan patrocinio.
Lo que esta compañía tan prestigiosa nos presentó fue propuesta
plástica hermosa, realizada por un gran equipo de diseño formado por Rémi
Nicolas, Jacqueline Bosson, Philippe Combeau y el propio coreógrafo. Está hecha
con elementos simples, colores sólidos y líneas puras, pero le dan un uso
creativo y sumamente estético.
Hay que unir a esta propuesta estética a una muy alta calidad técnica
e interpretativa en todos los personajes, de donde se destaca el trabajo de los
dos protagonistas Sara Shigenari (Una bailarina japonesa, con una sensación de
fragilidad, dulzura e inocencia que no impidieron los momentos de emoción
profunda), y Nahuel Vega (argentino de nacimiento, con una personalidad muy
definida en escena y una muy buena capacidad de creación del personaje). Esto
sin demeritar el trabajo del resto de solistas que lograron un ejemplo de
homogeneidad técnica y emotiva a lo largo de toda la representación.
Joëlle Bouvier crea una coreografía que, a pesar de cumplir 8
años, es fresca, nueva y llena de metáforas por demás interesantes, que se
desarrolla en espacios más emocionales que físicos y que retrata esta enfermedad
social que nos ha perseguido toda la historia de la humanidad: se puede odiar
en público, pero se tiene que amar en secreto.
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