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Werther: “¿sufrir sin tregua o mentir eternamente?”
Publicat el: 16 de gener de 2017
CRÍTiCA: Werther. Dir: Willy Decker
Por primera vez desde hace un cuarto de siglo el Gran Teatro
del Liceo de Barcelona vuelve a programar una de las obras cumbre de la escuela
lírica francesa: Werther de Jules
Massenet.
Basado en la famosa obra homónima de Goethe que dio inicio oficial
al romanticismo, el libreto escrito por Édouard Blau, Paul Millet y Geroges
Hartman, es casi un compendio de todos los elementos románticos que determinarán
no sólo el movimiento Sturm und Drang, de Alemania, sino todas las
manifestaciones románticas europeas y americanas, refiriéndonos a los dos
continentes al completo. El amor imposible, la presencia permanente de la
muerte, la disyuntiva entre la felicidad individual y las normas sociales , la
idealización de la mujer (sobre todo en la figura materna), son sólo algunos de
los ingredientes de esta obra, cuya partitura puede considerarse
como una obra maestra sin ningún género de duda. Las frases y melodías largas y
llenas de emoción, las arias pasionales y enternecedoras, una orquestación
llena de colorido y matices tanto atmosféricos como emocionales, nos hacen
cuestionarnos porqué Jules Massenet (1842-1912) no es más representado y por qué
no se conocen todas sus óperas, que conforman un repertorio de más de treinta
títulos que incluyen temas tan disímbolos como mitos bíblicos, personajes
literarios y cuentos fantásticos.
En esta ocasión el Liceo ha apostado por el montaje de uno
de los mejores directores de escena del momento Willy Decker, quien nos ha regalado
una producción minimalista, limpia y muy inteligente, que llenó de acción todos
los momentos orquestales muy acertadamente, que logró metáforas muy claras e
importantes para definir las acciones de los personajes y nos regaló un montaje
operístico respetuoso, moderno y de primera calidad. Una iluminación
hermosa de Hans Toelstede, un vestuario sobrio y de cuidada manufactura, creado por el mismo diseñador de la escenografía WolfgangGussmann, (que también puede considerarse un acierto de composición escénica y colorido), son los elementos que hacen pensar que este montaje puede quedarse en los
anales de la historia del Liceo.
Una de las atracciones de esta producción es el debut
escénico del tenor polaco Piotr Beczala, quien llegó a Barcelona después de una
larga serie de éxitos en teatros como el Metropolitan Opera House, la Ópera de
Viena o la Scala de Milán. Comenzó bastante frío y asustó bastante con algunos
agudos descolocados, pero cada frase fue mejorando y su interpretación fue en
un crescendo que terminó en un bis del aria “Pouquoi me revelleir…”, cuya
fineza interpretativa enloqueció al público. Entre las características más importantes
de su trabajo hay que destacar su capacidad interpretativa, su fraseo elegante
y la brillantez de sus agudos. Ha conseguido un gran éxito en este debut,
pensando sobre todo que el último intérprete de este papel en este teatro fue
Alfredo Kraus en 1992.
Menos impresionó el trabajo de su compañera de escena Anna
Caterina Antonacci, quien actoralmente es irreprochable, pero vocalmente no se
encuentra en su mejor momento o quizá este papel no sea el mejor para su tesitura.
El resto del elenco era irregular, destacó el Albert de Joan
Martin- Royo, cumplió con eficiencia Elena Sancho como Sophie, aunque a veces
su trabajo era demasiado aniñado, y Stefano Palatchi cumplió con un papel sin muchas
exigencias ni vocales ni escénicas. Molestaban un poco las carencias del coro
infantil de los Amics de la Unió de Granollers en afinación y volumen, pero mejoraron mucho en la
segunda parte.
La dirección musical, a cargo de Alain Altinoglu, logró el
nivel pasional que la partitura exige, pero no siempre logró el equilibrio
entre las voces y la orquesta.
La partitura de Massenet está pensada para emocionar irracionalmente,
para explotar emociones basadas en ideales de amor, bondad y entrega. Eso se
logró esta noche, sobre todo por el trabajo soberbio y paradójicamente
inteligente, del tenor polaco Piotr Beczala y por el bien hacer de Willy Decker en la escena.
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